que hoy es París en tu azotea,
que elegiste sin dudar mi desorden
frente a su sonrisa
y te quieres por ello,
que hubo una tarde en la que hicimos el amor
durante tantos siglos
que atravesamos desnudos las barreras del sonido
y los delfines supieron de qué hablábamos.
Puedo escribir que no te has ido,
que no hay noche en la que tu lengua no meza mi cama,
que no puedes tocarte sin mis manos,
que nos declaramos culpables de cualquier
triunfo involuntario.
Puedo escribir que tus lágrimas
saben a las teclas de un piano dentro de una nube,
que en tu cuello anidan las madres de las golondrinas
y que he visto brotar pétalos de fuego
en las yemas de tus dedos.
Puedo escribir que crecen desiertos de arena
en mi garganta
cuando no te escucho,
que la piel me sabe a hiel
y todas las lenguas son ásperas piedras
si no es tu ansia la que me espera,
que te echo de menos
como un cuerpo desmembrado,
como un cadáver sin sustento,
que te echo
tanto
de
menos
que he abierto todas las ventas
para llegar antes al techo.
Puedo escribir que vienes a verme,
que vuelves
a mis huecos,
tus palabras diciéndome
que no hay jardín sin mi lluvia y mi cariño,
que no has dejado de latirme en la demora.
Puedo escribir que estás aquí esta noche,
envuelto como un gato entre mis piernas
y esa manta que acaricias con ternura,
que te quitas la ropa despacio
como si no hubiera mirada
mientras la lascivia recorre mis comisuras,
que me esperas en calma en la cama
tras el punto y final.
Puedo ir más allá
y escribir cosas
como que tú estás aquí
y yo no estoy creando este poema,
y solo así
hacerlo verdad.
La vida es para quien se conforma.
La poesía, para quien sueña y desea
...y no tiene miedo de contarlo.