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martes, 7 de abril de 2020

Hoy no es un buen día

Los expertos recomiendan establecer una rutina, horarios, hacer algo de ejercicio, vestirse como si nada,
hacer lo de siempre,
pero casi,
hacer lo que nunca,
pero todo.

Así que trato de levantarme de esta cama que acaricio y mi cuerpo confunde una y otra vez con los brazos de mi madre. Mientras, noto un nudo en el estómago que me pide que ladee mi cuerpo y recoja mis piernas hasta hacerme más pequeña.
Trato de levantarme pero mi cuerpo es pequeño, el mundo mide 50 metros en este piso y el aire parece no haber existido nunca.
No puedo, aquí estoy bien.
Cierro los ojos.

Pasan no sé cuántas horas y el remordimiento me agarra de los brazos y me lleva fuera del dormitorio.
Horarios, rutinas, aseo, vestirse.
La culpa que siento es absurda, aguda.
El nudo ahora es una pica que se clava más fuerte.

Es hora de merendar, pero debería ducharme, o almorzar.
Intento ordenar el espacio, sentirme mejor, entro temblando en la ducha, salgo tiritando de indiferencia y algo de hambre, hay esperanza.
Me visto como si nada, arreglada, informal, pero deformada mi imagen en el espejo no me reconozco, la mirada está borrosa a través de ti, tú, esa yo que no me gusta. Seco mi pelo, empapo mis manos de algo que hidrata.
Y como una cascada que se venía intuyendo, salvaje y tibiamente, lloro mientras tomo mechones de mi pelo y los peino para estar bien.

Orden, rutina, aseo.
Ya es de noche y mi día es un borrón confuso que cobra sentido a las ocho de la tarde y lo pierde a las ocho y diez.
Mi día es un borrón confuso de lágrima intermitente y nudos y picas.

Pero mañana viene de nuevo
y tengo otra oportunidad.

-Sara Bueno.

domingo, 5 de abril de 2020

Confesión

Es todo tan complicado últimamente.
Ya no sonrío tanto. Me quedo sentada en la cama, esperando, que es como consumirse pero sin echar humo. Y el tiempo pasa lento. Muy, muy lento. Los días se confunden, a veces un domingo dura una semana (y no sólo por la cuarentena).
Me miro a los ojos en cada espejo y creo haberlo comprendido. Todo se ha ido acumulando dentro, como cuando barres el polvo debajo de la alfombra. Nadie ve la suciedad que esconde lo que callas. Nadie.
Duele. Es eso, que no me atrevo a luchar contra los monstruos. Cierro los ojos y necesito pensar que se puede escapar alejando lo demás de ti.
Pero no es así. O te enfrentas a ellos o te consumen.
Quisiera volver atrás, tomar otros caminos. Basta, consigo decirme a veces. Y me hago creer que no fue mi culpa.
Me miro a los ojos en cada espejo y por fin lo he comprendido.

Lo único positivo de todo esto es que por fin sé que de frágil no tengo nada.

¿Cuándo dejaremos de tener miedo?

¿Cuándo nos querrán libres?

¿Cuándo lo seremos?