Hay quienes dicen que la primera frase de una historia tiene que ser perfecta, y que el resto sale luego por sí solo. La verdad es que esta historia empieza así, y todavía no tiene final.
Una mañana de verano estaba ella tomando el sol en la piscina cuando le llegó un WhatsApp: "¿Nos vemos esta tarde?" Inevitablemente le salió una sonrisa y escribió: "Claro, a las cinco llama a mi casa, y vamos a la piscina" Dejó el móvil y siguió tomando el sol, pensando en él, como de costumbre.
Al rato, ya no tenía nada que hacer allí, así que volvió a su casa y empezó a comer. Todo estaba inmerso en un silencio porque sus padres habían ido a pasar el día a la playa. Puso música y siguió comiendo. Al terminar subió a su cuarto y se echó en la cama. Ese día se había levantado sin ganas de nada, y él supo exactamente cómo animarla. Siguió pensando y se quedó dormida.
Cuarenta y cinco minutos después la despertó su móvil sonando, lo cogió y era su madre, preguntándole qué tal estaba. Al colgar, miró la hora, las cuatro y veinticinco, y bajó al salón.
A las cinco y cinco sonó el timbre, abrió la puerta y ahí estaba él, con su sonrisa, la sonrisa que a ella le volvía loca.
-Ven, pasa - dijo, dándole dos besos en las mejillas.
-Pero... - comenzó a decir él.
-No te preocupes, no hay nadie - siguió ella, tranquilizándole.
-Está bien... ¿qué pasa?
-Tengo otros planes - apuntó, sonriéndole e indicándole que pasara al patio.
Sobre la mesa del patio había una tarrina de helado con dos cucharas, globos de agua y crema de sol.
-¿Qué es todo esto? ¿Al final no vamos a la piscina? - comentó, extrañado.
-Aquí tenemos nuestra propia piscina - dijo ella, sentándose en la silla.
Él sonrió y se sentó, dejando las cosas en el suelo. Entonces ella se volvió a levantar y fue hacia la manguera con un globo de agua, lo llenó y se acercó con una sonrisa pícara, revelando sus intenciones. Se colocó de pie frente a él.
-No eres capaz - sonrió. Pero al terminar de decirlo ya estaba empapado. La miró con una mezcla de pasión y deseo. Sus ojos hablaban por él, y ella jamás había conocido a nadie que pudiera expresar tanto con tan solo una mirada.
Iba a empezar a correr por el patio cuando él la agarró por el brazo. La rodeó por la cintura y la llevó hacia la pila de agua, abrió el grifo y cogió la manguera. Y antes de que la mojara ella se dio la vuelta, poniendo su cara frente a la de él y sonrió.
-Si no te quitas la camiseta - dijo colocando las manos en el borde de su camiseta - vas a mojarte más - y comenzó a quitársela.
Él no puso resistencia, se quedó quieto, mirándola. Cuando se la quitó, la arrojó a la tumbona que tenía cerca, y siguieron así, uno frente a otro, tan cerca que compartían el mismo aire, que él inhalaba el que ella expulsaba, y viceversa. En ese punto no sabían qué hacer, pero había que hacer algo. Ellos nunca habían sido nada, pero siempre hubo algo, y ese fue el primer momento en el que los dos se dieron cuenta, y ya era absurdo seguir negándolo.
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