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lunes, 28 de enero de 2013

Él nunca estuvo en mi vocabulario, hasta que un día se convirtió en la única palabra que conozco

Hay quienes dicen que la primera frase de una historia tiene que ser perfecta, y que el resto sale luego por sí solo. La verdad es que esta historia empieza así, y todavía no tiene final.
Una mañana de verano estaba ella tomando el sol en la piscina cuando le llegó un WhatsApp: "¿Nos vemos esta tarde?" Inevitablemente le salió una sonrisa y escribió: "Claro, a las cinco llama a mi casa, y vamos a la piscina" Dejó el móvil y siguió tomando el sol, pensando en él, como de costumbre.
Al rato, ya no tenía nada que hacer allí, así que volvió a su casa y empezó a comer. Todo estaba inmerso en un silencio porque sus padres habían ido a pasar el día a la playa. Puso música y siguió comiendo. Al terminar subió a su cuarto y se echó en la cama. Ese día se había levantado sin ganas de nada, y él supo exactamente cómo animarla. Siguió pensando y se quedó dormida.
Cuarenta y cinco minutos después la despertó su móvil sonando, lo cogió y era su madre, preguntándole qué tal estaba. Al colgar, miró la hora, las cuatro y veinticinco, y bajó al salón.

A las cinco y cinco sonó el timbre, abrió la puerta y ahí estaba él, con su sonrisa, la sonrisa que a ella le volvía loca.
-Ven, pasa - dijo, dándole dos besos en las mejillas.
-Pero... - comenzó a decir él.
-No te preocupes, no hay nadie - siguió ella, tranquilizándole.
-Está bien... ¿qué pasa?
-Tengo otros planes - apuntó, sonriéndole e indicándole que pasara al patio.
Sobre la mesa del patio había una tarrina de helado con dos cucharas, globos de agua y crema de sol.
-¿Qué es todo esto? ¿Al final no vamos a la piscina? - comentó, extrañado.
-Aquí tenemos nuestra propia piscina - dijo ella, sentándose en la silla.
Él sonrió y se sentó, dejando las cosas en el suelo. Entonces ella se volvió a levantar y fue hacia la manguera con un globo de agua, lo llenó y se acercó con una sonrisa pícara, revelando sus intenciones. Se colocó de pie frente a él.
-No eres capaz - sonrió. Pero al terminar de decirlo ya estaba empapado. La miró con una mezcla de pasión y deseo. Sus ojos hablaban por él, y ella jamás había conocido a nadie que pudiera expresar tanto con tan solo una mirada.
Iba a empezar a correr por el patio cuando él la agarró por el brazo. La rodeó por la cintura y la llevó hacia la pila de agua, abrió el grifo y cogió la manguera. Y antes de que la mojara ella se dio la vuelta, poniendo su cara frente a la de él y sonrió.
-Si no te quitas la camiseta - dijo colocando las manos en el borde de su camiseta - vas a mojarte más - y comenzó a quitársela.
Él no puso resistencia, se quedó quieto, mirándola. Cuando se la quitó, la arrojó a la tumbona  que tenía cerca, y siguieron así, uno frente a otro, tan cerca que compartían el mismo aire, que él inhalaba el que ella expulsaba, y viceversa. En ese punto no sabían qué hacer, pero había que hacer algo. Ellos nunca habían sido nada, pero siempre hubo algo, y ese fue el primer momento en el que los dos se dieron cuenta, y ya era absurdo seguir negándolo.

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