Cuando me tumbaba en la cama a tu lado, tan a tu lado que nuestros lados se confundían, o cuando mi piel tocaba tu piel y no había espacio entre los dos ni para el oxígeno, entonces yo conseguía ser yo misma. Me soltaba el pelo, nos buscábamos los pies bajo las sábanas, te agarraba con mis piernas y te empujaba hacia mí, éramos imanes. Éramos eternos.
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