Nunca le dije "vuelve", aunque quería que se
quedase conmigo. Y los días llovieron y me terminé olvidando de aquello. El
tiempo pasó, y creo que tienen razón cuando dicen que lo cura todo. Pero, en el
fondo, seguía teniendo la sensación de que no había curado una puta mierda,
porque seguía teniendo esa necesidad, tan animal, de que alguien quisiera
quedarse, para siempre,
conmigo. O a mi lado, para morir o para matar: para enamorarse. Qué sabía yo.
Podemos escapar, chicos, pero no para siempre, y eso ya deberíais saberlo. Que
podemos huir, pero no lo suficientemente lejos. Al final volvemos, o nos
encuentra de nuevo. La vida, digo. Y cerrar los ojos sirve, pero ¿hasta
cuándo? Y se me estaban agotando, ya no sabía si las esperanzas o las salidas
de emergencia, o quizás ambas. Y cada vez me quedaba más quieta cuando
intentaba, o al menos quería, cambiar las cosas.
Y eso, que me quedaba
dormida noche tras noche al lado del teléfono, por si llamabas o por si tenía la,
ya innecesaria, necesidad de decirte que tú has sido la última persona que me
ha roto sin que eso me importase. La última persona que lo jodía todo mientras conseguía
hacerme sonreír. La última persona tóxica de mi vida, vamos.
Y después, alguien llegó y me
enseñó que enamorarse no es una forma de morir. Es una forma de vivir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario