hacer lo de siempre,
pero casi,
hacer lo que nunca,
pero todo.
Así que trato de levantarme de esta cama que acaricio y mi cuerpo confunde una y otra vez con los brazos de mi madre. Mientras, noto un nudo en el estómago que me pide que ladee mi cuerpo y recoja mis piernas hasta hacerme más pequeña.
pero casi,
hacer lo que nunca,
pero todo.
Así que trato de levantarme de esta cama que acaricio y mi cuerpo confunde una y otra vez con los brazos de mi madre. Mientras, noto un nudo en el estómago que me pide que ladee mi cuerpo y recoja mis piernas hasta hacerme más pequeña.
Trato de levantarme pero mi cuerpo es pequeño, el mundo mide 50 metros en este piso y el aire parece no haber existido nunca.
No puedo, aquí estoy bien.
Cierro los ojos.
Pasan no sé cuántas horas y el remordimiento me agarra de los brazos y me lleva fuera del dormitorio.
Horarios, rutinas, aseo, vestirse.
La culpa que siento es absurda, aguda.
El nudo ahora es una pica que se clava más fuerte.
Es hora de merendar, pero debería ducharme, o almorzar.
Intento ordenar el espacio, sentirme mejor, entro temblando en la ducha, salgo tiritando de indiferencia y algo de hambre, hay esperanza.
Me visto como si nada, arreglada, informal, pero deformada mi imagen en el espejo no me reconozco, la mirada está borrosa a través de ti, tú, esa yo que no me gusta. Seco mi pelo, empapo mis manos de algo que hidrata.
Y como una cascada que se venía intuyendo, salvaje y tibiamente, lloro mientras tomo mechones de mi pelo y los peino para estar bien.
Orden, rutina, aseo.
Ya es de noche y mi día es un borrón confuso que cobra sentido a las ocho de la tarde y lo pierde a las ocho y diez.
Mi día es un borrón confuso de lágrima intermitente y nudos y picas.
Pero mañana viene de nuevo
y tengo otra oportunidad.
-Sara Bueno.